Número 12
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Un año que estremeció al mundo
En junio de 1917 un entusiasta y joven periodista de la revista socialista The Masses se embarcaba en Nueva York con destino a Rusia. Su misión era averiguar y reportar a sus camaradas norteamericanos qué era lo que estaba sucediendo en ese lejano país, donde el zar había caído y donde obreros y soldados tomaban decisiones políticas a través de un nuevo órgano de gobierno, el soviet. Ese periodista era John Reed.
Su vínculo con este tipo de acontecimientos no era nuevo. En 1911 ya había estado en México mientras se desarrollaba la Revolución y muchos de los reportajes que envió desde allí habían sido muy bien recibidos por sus lectores. Seis años después una nueva revolución lo encontraría un poco más lejos. Gracias a su acreditación como periodista, asistió a cuanta asamblea y reunión se hiciera en Petrogrado -la capital de Rusia- y se contactó con varios de los protagonistas de la Revolución, Lenin incluido. Cuando Reed regresó a su país en abril de 1918, las autoridades le retuvieron sus notas y papeles por más de siete meses hasta que finalmente pudo recuperarlos. Recién entonces se puso a escribir sobre lo que había visto y oído en su estancia en la Rusia revolucionaria. Luego de varios días de trabajo febril, publicó en 1919 una obra que se convertiría en un clásico de la literatura sobre la Revolución rusa: Diez días que estremecieron al mundo. Meses después de editar el libro, Reed regresó a Rusia: en Estados Unidos lo acusaban de ser un espía. Tal fue la fama alcanzada por el autor que, al morir prematuramente en 1920, fue enterrado cerca de las murallas del Kremlin, lugar privilegiado y reservado solo para los líderes soviéticos y otros notables revolucionarios.
El libro de Reed tuvo una gran circulación y aprobación. A Lenin le había gustado tanto que aceptó escribir un prefacio en donde, “desde el fondo de su corazón”, exhortaba a todos los obreros del mundo que lo leyeran. No era para menos: se trataba de un vívido y minucioso relato de los acontecimientos, con la ventaja de ser escrito por un testigo directo. Pero la recomendación de Lenin tenía también otras motivaciones: el texto no ocultaba su simpatía por los bolcheviques y se concentraba mayormente en las jornadas de Octubre, es decir, en la toma del poder por parte del partido de Lenin. De allí el título, centrado en los “diez días” en donde los bolcheviques se convirtieron en los protagonistas absolutos.
Sin embargo, y sin cuestionar el brillante relato de Reed, cuando acercamos la lupa a la Rusia de 1917 vemos que la Revolución duró más de diez días, que no solo participaron obreros y que otros partidos, además de los bolcheviques, se disputaban las identidades políticas de las masas. ¿Qué sucedió entonces en esa Revolución? Retomando el título del libro del periodista, podríamos en principio decir que fue un “año que estremeció al mundo”. Veamos. Todo comenzó el 23 de febrero de 1917, de acuerdo al calendario juliano que todavía regía en Rusia y que tenía una diferencia de trece días respecto del gregoriano usado en el resto de Europa. La conmemoración del Día Internacional de la Mujer contagió a una población hastiada del hambre, la pobreza y la guerra. Pronto, una ola de huelgas y manifestaciones promovidas por los obreros se desató en la ciudad. Los días siguientes se sumaron empleados de oficinas y de comercios. Las calles se llenaron de banderas rojas y los manifestantes cantaban la Marsellesa de los Trabajadores, una adaptación rusa del himno francés que en su letra enfrentaba al pueblo contra el “zar-vampiro”. Para el 25 la ciudad estaba paralizada: los tranvías no andaban y los comercios no abrían. Para entonces, los estudiantes ya se habían unido. Un asustado zar mandó a reprimir, pero los soldados en vez de disparar se sublevaron y se unieron al movimiento. El 27 de febrero la huelga general ya no se podía detener. La revolución había empezado.
Los partidos socialistas fueron tomados por sorpresa; muchos de sus dirigentes estaban presos o en el exilio. Sin embargo, algunos intelectuales se apresuraron a convocar a un órgano surgido en la Revolución de 1905: renacía así el Soviet de Petrogrado. Pensado como forma de coordinación de las luchas económicas de la clase obrera, el Soviet revivió como garantía de la Revolución y fue asumiendo de a poco funciones políticas. Se trataba de un órgano de tipo asambleario en donde había representantes de la clase obrera (y pronto de los soldados también). Desde el inicio hubo algunos llamamientos para que asumiera el poder, como hicieron los representantes del populoso barrio de Vyborg. Temerosos, los liberales se apresuraron a conformar un Gobierno Provisional, que sería la continuidad institucional del zarismo, conformado por miembros de la Duma, el viejo parlamento. Los soldados sublevados obligaron al Soviet a redactar la Orden N° 1: desde entonces las decisiones del Gobierno Provisional debían ser ejecutadas en caso de no contradecir las del Soviet. Así nació el “doble poder”, es decir, una situación compleja de colaboración entre ambos órganos de poder al principio, y de coalición desde el mes de julio, que pretendió gobernar a Rusia luego de que el poder del zar se desmoronara.
Aquí debemos decir que estos eventos de febrero no deben equipararse a una revolución “democrático-burguesa”, antesala de una supuesta revolución “socialista” en octubre. Esta división, basada en un criterio estrictamente político, sirvió para legitimar -o condenar, de acuerdo a cómo se lo mire- el rol de los bolcheviques. La evidencia muestra que la burguesía estuvo prácticamente ausente y que las clases subalternas protagonizaron las acciones, incluso a veces contra la parálisis de sus dirigentes. Años de opresión y de injusticias movieron a las masas que estaban dispuestas a construir un mundo nuevo, más justo y más autónomo.
Para la mitad del año, algunos dirigentes políticos ya habían podido regresar; de hecho en abril Lenin había proclamado que todo el poder pasara a los soviets, aunque su postura apuntaba más que nada a correr por izquierda a todos los partidos socialistas que colaboraban con el Gobierno Provisional (los bolcheviques eran los únicos que no lo habían hecho). La revolución se iba radicalizando: en el mes de julio, las masas intentaron que el poder pasara efectivamente a los soviets. Sin embargo, fueron derrotadas por un Gobierno Provisional cada vez más aislado de la sociedad. El temor provocado por el levantamiento dio lugar a un intento de golpe de la derecha, que fue derrotado por la propia acción de las clases subalternas. Al llegar el mes de octubre, el Gobierno Provisional estaba tan desprestigiado, que nadie saldría en su defensa. Fue allí cuando el partido bolchevique, a través del Soviet, lo derrocó y se propuso construir un nuevo régimen. La noche del 24, el Palacio de Invierno fue asaltado y los bolcheviques quedaron como los artífices de la toma del poder.
Hasta aquí una síntesis de ese año, centrada sobre todo en el plano político. Es decir, lo conocido. Sin embargo, cuando ampliamos el espectro vemos que la cosa fue más diversa. Por ejemplo, ¿quiénes fueron los sujetos sociales que hicieron la Revolución? Ciertamente la clase obrera tuvo un rol fundamental: fue ella la que protagonizó las huelgas y manifestaciones que en febrero fogonearon la agitación. Pero fue más que una “revolución obrera” ya que también tomaron parte otros grupos. Los soldados, quienes se amotinaron, crearon los comités de soldados y defendieron a la revolución de sus enemigos; los campesinos, quienes ocuparon las tierras de los nobles y de la Iglesia y con sus costumbres aportaron a la formación del clima mental de la Revolución; los artistas de vanguardia, quienes advirtieron en la Revolución la posibilidad de una reconstrucción del mundo parecida a la que venían explorando en sus obras; las mujeres, quienes vieron la esperanza de liberarse del patriarcado; los intelectuales, quienes se entusiasmaron con la oportunidad de que un nuevo mundo reorganizado por la razón valorara más sus saberes; los jóvenes, quienes pudieron sacarse de encima la opresión ejercida por sus mayores, sobre todo en el campo. La Revolución entonces fue protagonizada por una multiplicidad de sujetos que si bien tenían motivaciones particulares pudieron ser articulados por una incipiente subjetividad revolucionaria compartida.
Pero si hablamos de “un año que estremeció al mundo” es porque la Revolución fue mucho más que la toma del poder por parte de los bolcheviques, es decir, no fue solo una “revolución de octubre”. Se trató más bien de un proceso revolucionario que desde febrero tuvo una orientación socialista, con varios momentos de radicalización (como vimos) entre los cuales se encontraba Octubre. Allí las masas se sintieron con la fuerza necesaria para proclamar el gobierno de los soviets y de hecho así lo iban hacer durante la reunión del II Congreso de los Soviets de Toda Rusia programada para el día 25 de ese mes. Sin embargo, los bolcheviques se les adelantaron, tomaron el poder unilateralmente el día anterior y se presentaron al Congreso con el hecho consumado. En sentido estricto, la revolución de Octubre fue apenas un episodio modesto comparado con Febrero: mientras aquí la ciudad quedó paralizada por las huelgas y las manifestaciones, la toma del Palacio de Invierno fue una simpe operación militar conducida por un partido político mientras la ciudad prácticamente continuaba con su rutina. Pero los bolcheviques tomaron el poder para presentarlo ante el Congreso como un hecho consumado y evitar así compartir el gobierno con otros partidos socialistas, tanto o más populares que ellos.
Hasta aquí nos hemos quedado en la capital. En el interior, sin embargo, las cosas fueron bien diferentes. El modelo de Petrogrado -surgimiento de un doble poder, ascenso de los soviets y apoyo a los bolcheviques- no se replicó de manera directa en el interior. En las provincias la situación fue bastante diferente: colaboración entre soviets y dumas, soviets con distintos grados de influencia, coaliciones de varios partidos, bolcheviques locales que armaban agendas propias más allá de las directivas del centro y soviets que variaban de acuerdo a su composición, como el soviet de los desempleados de Odesa, que tuvo una importancia significativa y que desafió a su par de obreros en términos de representatividad. Las condiciones particulares de cada región impactaron en el modo en el cual el poder político se reconfiguró y así la Revolución tuvo derivas impensadas hasta por los propios bolcheviques.
Como se desprende de libro de John Reed, la Revolución fue obrera, bolchevique y rusa. Pero fue mucho más que eso. Tal vez la mejor manera de evocarla en su Centenario sea escribiendo una historia que reconozca toda su complejidad y que rescate todavía hoy esas formas de cooperación y solidaridad humanas que buscaron ir en contra, y más allá, del capitalismo.