La pesada herencia y el segundo semestre

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Damián Corral es Licenciado en Comunicación Social, Doctor en Ciencias Sociales, Investigador-Docente en la UNGS

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Finalmente se impuso el “vamos por todo”. Consumado un tercio de su gestión, el gobierno de Cambiemos produjo una importante transferencia de recursos de los sectores asalariados a los más concentrados de la economía a través de la devaluación, generó la inflación más alta desde 2002, provocó un tarifazo en los servicios de gas, luz y agua, desarticuló políticas públicas promovidas por el gobierno anterior, quitó retenciones a la minería y reinició el ciclo de endeudamiento externo. Paralelamente, despidió empleados públicos y abrió las importaciones en una nueva saga de la desindustrialización del país, con consecuencias alarmantes en el mercado de trabajo. Actualmente avanzan sobre los convenios colectivos y la flexibilización para “bajar costos laborales”. Lo hicieron vertiginosamente, con la impronta “Festilindo” y el sanador mensaje de “Unir a los argentinos”. En el billete macrista, conviven la bucólica ballena y el rostro de Martínez de Hoz.

El oficialismo ha sabido explotar esa grilla emocional desde la cual un porcentaje considerable de la sociedad escruta la política. La narrativa oficialista se potenció en el coro de panelistas televisivos que buscan representar la indignación qualunquista frente a la corrupción y el patrimonialismo en la política: “se robaron todo” primereó como el hashtag que escandalizó a una moral pública editada a través de la obsesión sobre los objetos: los bolsos de López, las topadoras enviadas al sur por Marijuan, los fajos de billetes de Florencia Kirchner. La tematización de la corrupción ya había sido usufructuada en la década de los noventa por diferentes actores a instancias de un gobierno también neoliberal. En aquel entonces, Mariano Grondona rezaba desde su programa “Hora Clave” que el verdadero problema de la Argentina, habiendo recuperado la estabilidad democrática y la estabilidad económica, era la corrupción. Sobre el clivaje corrupción/anticorrupción se edificó la propuesta electoral del Frepaso en esa década en la cual el menemismo comenzaba a perder su capacidad hegemónica. Prevaleció así una representación negativa sobre la política que licuaba las responsabilidades del poder económico en la sedimentación de un tipo de corrupción sistémica, estructural, que corroe desde adentro las capacidades estatales.

La pesada herencia

Una sombra acechó en el comienzo del 2017 al presidente: su padre. Un Neustadt de los negocios que, habiendo sacado musculatura en la patria contratista durante la dictadura, tuvo ingenio para ser oficialista de todos los gobiernos democráticos desde el ‘83 hasta la fecha; casi un espejo donde se han mirado Miguel Angel Pichetto en el plano político o Gerardo Martinez en el sindical. Esa “herencia” se le volvió pesada a Mauricio Macri. Como en los noventa, cuando estuvo atravesado por un tremendo enfrentamiento entre Cavallo y Yabrán que no escatimó en amenazas, atentados, heridos y muertos, el correo volvió a estar en el centro de las sospechas públicas. Fue quizás el más truculento episodio de una secuencia que se inició internacionalmente con la denuncia de los Panamá Papers, siguió con la ampliación del blanqueo de capitales a los familiares de funcionarios públicos y con el caso Arribas, para extenderse a las líneas aéreas Low Cost y las concesionarias de peajes donde habría acciones de Mauricio Macri. Plasmó así de manera palmaria cómo en la educación presidencial no se pondera diferenciar lo privado de lo público, conforme al conflicto de intereses que se des/cubre cotidianamente. La sofisticada estrategia de comunicación a través de las redes sociales no alcanzó a ocultar la seguidilla de torpezas políticas y sus peores justificaciones en público. Entre el balbuceo presidencial y el tartamudeo de su vice, la mesa chica del PRO evaluaba a comienzos de este año declarar la emergencia argumentativa.

Si los medios de comunicación dominantes actuaron como un soporte sobre el cual se sostuvo y expandió el relato macrista contra el anterior gobierno, el sindicalismo tradicional ha sido otro vector de gobernabilidad para Cambiemos. Trocando la calle por el palacio, la CGT negoció recursos para las obras sociales y logró canjear la eximición de un conjunto de deducciones del Impuesto a las Ganancias que el kirchnerismo les negaba por un tiempo de paz social. A medida que fue empeorando la situación económica y social, la dirigencia cegetista se vio obligada a reconocer que si el rumbo económico no variaba, en algún momento tomarían una decisión más drástica. Hacia fines del año pasado, los sectores asalariados sentían que la promesa de un paro general por parte del la CGT se volvía equivalente al arribo del General Alais a Campo de Mayo en Semana Santa del ‘87. Tan lejos y tan cerca en la memoria histórica, aparecen los cinco paros generales encabezados por Hugo Moyano –en uno de los cuales Luis Barrionuevo se permitió decir que “por lo menos con la dictadura se podía negociar”- contra el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, por un gravamen que alcanzaba sólo al 10% de los trabajadores mejor pagos. Hoy, Hugo se dedica al club de sus amores: un león herbívoro con el macrismo.

Con todo, el 2017 comenzó con un atizamiento del conflicto sindical, encabezado por un dirigente que emergió como lo más renovador entre esa dirigencia gremial tradicional con poder de fuego y negociación. Rara avis en el universo sindical por su militancia en el radicalismo, Sergio Palazzo le torció el brazo al gobierno en el intento de éste de no homologar la paritaria acordada con las cámaras empresariales del sector, con excepción de los bancos internacionales. Condicionado por la presión de sus bases, finalmente el triunviro que conduce la CGT convocó a un paro a principios de marzo contra la política económica del gobierno que fue contundente. La medida se inscribió dentro de un nuevo escenario de masivas marchas y movilizaciones donde se destacaron las organizadas en torno al conflicto docente. Convencido de que la protesta social es equivalente a un levantamiento contra la democracia y que en cada reclamo por derechos anida un potencial delito, el presidente decidió pintarse la cara: dio curso a un proyecto legislativo para reformar el Código Penal y así agravar las penas a manifestaciones públicas, reprimió a los docentes y trató de “mafiosos” a los sindicalistas. En ese marco celebró su 1-A e impulsó el IPC (Índice de Pronunciamientos Clasistas).

El próximo segundo semestre

Durante el 2016 el gobierno se manejó con destreza a nivel parlamentario, y logró como primera minoría la aprobación de ochenta y cuatro leyes, entre ellas algunas cruciales para sus objetivos, como la aprobación del presupuesto o el pago a los fondos buitre. Para ese cometido contó con la anuencia de un peronismo coparticipable vía gobernadores y senadores, y de un peronismo “responsable” donde se alistó el Frente Renovador y el Bloque Justicialista. El primer revés sufrido por el oficialismo en el parlamento fue el debate por Ganancias a finales del año pasado, donde el envío sin negociaciones del proyecto de Prat Gay abroqueló a la mayoría de los bloques opositores. Pese a que el ejecutivo logró luego imponerse en la votación tras un acuerdo con la CGT, el conflicto permitió a los diferentes sectores del peronismo volver a cobrar protagonismo obligando así a retroceder al gobierno. Sin embargo, la agenda política se estructura actualmente más por decisiones del ejecutivo, investigaciones periodísticas y denuncias judiciales que por iniciativas de la oposición, tironeada entre “los costos” de garantizar gobernabilidad y el repliegue defensivo.

Una economía que prometía lluvia de inversiones decanta en una lluvia de versiones sobre la economía. Más que en el deseado “supermercado del mundo”, la Argentina se está convirtiendo en una gran ciclovía por donde avanza sin frenos la bicicleta financiera. Sin los beneficios cortoplacistas de un Plan Austral o Convertibilidad, ¿Cómo enfrentará la campaña el macrismo de cara a las legislativas del 2017? La pesada herencia de la gestión 2016 que cargará sobre sus espaldas puede poner en crisis la credibilidad de su contrato electoral. ¿Insistirá con el latiguillo de “pobreza cero” cuando se mantiene en crecimiento este indicador ante los sucesivos despidos que día a día se producen en los centros urbanos del país? ¿Qué pruebas aportará para demostrar los brotes verdes de la economía frente a la recesión, la pérdida salarial y la baja del consumo? Con un presidente que ya acumula cinco imputaciones por conflictos de intereses, ¿cómo convencerá a la sociedad que sí, se puede, ejercer la gestión pública con honestidad?

Mientras el candidateable Esteban Bullrich escribe “Una excursión a La Matanza”, el oficialismo sigue teniendo en la gobernadora de la provincia de Buenos Aires su figura política más convocante en términos de imagen y la hará jugar a pleno en la campaña. María Eugenia Vidal ha edificado una redituable política de acuerdos y concesiones con intendentes del PJ y dirigentes del Frente Renovador, en la búsqueda de una construcción política diferente y hasta opuesta a la que se busca consolidar a nivel nacional desde la jefatura de Gabinete. De acá a octubre, deberá sortear el costo político que le generará el conflicto docente y su inédita y reprobable medida de descontar días de paro y pedir listado de docentes adheridos, aun cuando cuente con el apoyo de los medios oficialistas que presentan la decisión como un afianzamiento de la autoridad política en el marco de un proceso de estigmatización a sindicalistas, maestros y a la escuela pública. Con su tono catequista y su prístina sonrisa, Vidal acentuará en campaña la idea de que recibió “una provincia quebrada”, pero que con el tesón y el sacrificio de todos está convencida que la sacará adelante. Porque lo suyo es el voluntariado.

“…politizar la protesta es una tarea que debe imponerse en la agenda de cualquier fuerza política que quiera liderar la oposición…”

Pese a los preocupantes indicadores económicos y sociales, no habría que subestimar el poder de fuego electoral de Cambiemos, que, además de controlar las gestiones de la nación, la Provincia de Buenos Aires y la Ciudad Autónoma, ha articulado una alianza estratégica con las principales empresas periodísticas y buena parte de Comodoro Py. No obstante, al interior de su coalición política, el macrismo también deberá procesar tensiones y conflictos durante los próximos meses. La política de “metas de inflación” no logra contener la palabra inflamada de Elisa Carrió, arquitecta política de Cambiemos y “reserva moral de la patria”. Con una preocupación selectiva por los avances del gobierno sobre el Estado de Derecho, Carrió condiciona con sus intervenciones públicas al presidente. Si bien la legisladora arendtiana le garantiza a Cambiemos una muy buena performance electoral en Capital Federal, desde el gobierno nacional observan precavidos su ADN político, dado que cada alianza que la diputada creó y protagonizó terminó vaciada políticamente. A los cachetazos con Lorenzetti, Angelici y Arribas, Carrió funciona en el plano político como Sturzenegger en el ámbito económico: (inv)voluntariamente, dos posibles destituyentes internos.

Paralelamente, el PRO necesita fortalecer su débil implantación territorial a nivel nacional, motivo por el cual deberá abrir negociaciones con la UCR para el armado de listas. Republicanos de paladar negro y apóstoles de la división de poderes, los correligionarios operan en modo mute en relación al no cumplimiento de la Paritaria Nacional Docente o, peor aún, justifican la detención ilegítima de Milagro Sala. Históricos participantes de las luchas por la autonomía universitaria miran por TV cómo en el gobierno radical de Jujuy la policía irrumpe en una universidad, golpea y se lleva preso a un dirigente estudiantil. Con más estructuras partidarias que base electoral, el centenario partido reclama mayor participación en la distribución ministerial y en la toma de decisiones, cansado de que Macri les pague siempre con Ahora 12. La UCR se dobla, se lamenta en sus rituales deliberativos pero no (se) rompe con Cambiemos.

Como ya es un lugar común, la provincia de Buenos Aires se define como la madre de todas las batallas para las próximas elecciones. Allí probablemente desembarquen otras damas, como Malena Galmarini en caso que el político “menos confiable” decida lanzar al ruedo a su compañera. Si así no fuera, y Sergio Massa se postulara, deberá definir cómo reinventarse en el rol opositor luego de que el bloque parlamentario que conduce le proveyó “gobernabilidad” en leyes claves al macrismo. Con excepción de Graciela Camaño, los dirigentes más connotados del massismo- Felipe Solá, Alberto Fernández, Daniel Arroyo, Facundo Moyano, Ignacio de Mendiguren- vienen sosteniendo un discurso crítico sobre la gestión de Cambiemos, más cercano a las posiciones del kirchnerismo que al de Massa, cuya propuesta punitivista en materia de seguridad no se diferencia de la de Patricia Bullrich. En un marzo fuertemente politizado, el líder del Frente renovador se mantuvo ausente, de viaje por China e Israel, con una abstinencia mediática que tal vez sufra una recaída próximamente. Si la campaña electoral de octubre tendiera hacia una polarización entre el gobierno y el kirchnerismo, la figura de Massa quedará atrapada en una “avenida del medio” que hasta ahora no habilitó una mano contraria al tránsito del gobierno. Cultor del oportunismo y con los sondeos de opinión como su Actimel matutino, el tigrense deberá endurecer su discurso y colocarse en un lugar de confrontación donde tal vez sea más creíble el kirchnerismo. Asimismo, su alianza con Stolbizer y Donda no parecería, a priori, suministrarle un caudal de votos significativo.

En tanto, un grupo de intendentes peronistas bonaerenses –denominado “Esmeralda”- junto con el movimiento Evita han intentado, como también lo hicieron varios gobernadores y legisladores, diferenciarse nítidamente del kirchnerismo, con proclamas como la “unidad del peronismo” o la necesidad de un “Liderazgo renovador”. Con anclaje territorial y disputando cuadros políticos que el gobierno buscó cooptarles, este sector carece de un líder. Claman por la figura de Randazzo. El ex promotor de la “revolución ferroviaria” ha inaugurado la corriente del peronismo silente. Tan audaz en su retórica a la hora de asociar la figura de Scioli con la de Macri en su fallida carrera hacia las PASO, se sumergió en el mutismo frente a la batería de medidas contra los trabajadores promovida por el gobierno nacional. Parece que se larga y no se larga. Parece que la enfrenta y no la enfrenta. Con una agenda intensa de reuniones políticas subterráneas, Randazo espera agazapado los pasos a seguir por otros contrincantes, especialmente por la ex presidenta. Agotados de jugar a la rayuela en el amplio mosaico del PJ, Insaurralde y Katopodis reversionaron la súplica del cineasta Nanni Moretti: “Florencio ¡decí algo!”.

Por último, el interrogante en torno al kirchnerismo. Construido y consolidado en el estado, el kirchnerismo fue, entre múltiples aspectos que exceden el propósito de estas notas, una voz potente que, con diferentes tonalidades y arbitrariedades, ejercitó una pedagogía pública en torno a ficciones orientadoras más amplias y profundas que la perspectiva “honestista” sobre la política, núcleo propositivo de las fuerzas opositoras a su gobierno. Con ese objetivo en la mira, tensionó ciertos significantes nodales que permanecían estabilizados en el sentido común neoliberal. El cambio de época anuncia un kirchnerismo de a pie. ¿Cómo se reinventará desde el llano, sin control sobre las gobernaciones, con un bloque legislativo que padeció en frenar su sangría y parte de su joven dirigencia leyendo maradoneanamente la política en términos de fieles y traidores? Dispone, sin embargo, de aquello que al peronismo de los intendentes le falta: una referencia ineludible, una figura política que continúa concitando fuerte adhesión en una porción considerable de los sectores populares y algunas franjas progresistas de las clases medias. Desde la perspectiva electoral, una opción es que la ex presidenta decida no presentarse y preservarse así para el 2019, habilitando la posibilidad de que otra figura femenina como Verónica Magario, intendenta de uno de los escasos bastiones férreamente opositores a la gestión de Vidal, encabece la fórmula peronista en la provincia. En cambio si Cristina Fernández de Kirchner fuera candidata, un desafío denso se presenta en su horizonte político: ¿Cómo lograr capitalizar políticamente esa heterogénea oposición social visibilizada en los últimos meses? ¿De qué manera movilizar capacidades para mixturar puros e impuros, ceder, negociar y abrir los canales para una participación efectiva? ¿Resultará verosímil una eventual convocatoria de la ex presidenta a un frente amplio? En cualquier caso, ante al avance de las políticas de ajuste, la conculcación de derechos, la represión del conflicto laboral y social así como las amenazas a dirigentes sindicales, politizar la protesta es una tarea que debe imponerse en la agenda de cualquier fuerza política que quiera liderar la oposición y consolidar las bases de un proyecto político en ruptura con el orden neoliberal vigente.