El tren y los sentidos

Un viaje en el Urquiza con Simmel y Martínez Estrada

Escrita por

Carla Muriel del Cueto es Socióloga Investigadora del Instituto de Ciencias (UNGS)

Tiempo de lectura

Compartí esta nota

Hace muchos años, Georg Simmel reflexionó sobre los estímulos sensoriales que provoca la vida urbana. Al mismo tiempo que la experiencia de la ciudad produce cierto sentimiento de distanciamiento hacia los otros, los sentidos son estimulados de modo creciente y se genera un estado de alerta casi constante. Cambia el ritmo de la ciudad, todo se acelera y los sentidos se modifican al compás de cada avance tecnológico. Esa excitación señalada por Simmel para hablar de la ciudad europea sirve como prisma de lectura hasta el día de hoy. Más cerca en el tiempo y en el espacio, Ezequiel Martínez Estrada también observó cómo cada uno de los cinco sentidos era estimulado por Buenos Aires, la cabeza de Goliat en un ejercicio reflexivo que sintoniza punto por punto con la propuesta de Simmel.

La experiencia del viaje en tren, en tanto experiencia urbana, también puede pensarse en este registro. Por eso en estas notas retomo las ideas de Simmel y de Martínez Estrada: para reflexionar sobre la manera en que el viaje en tren provoca a nuestros sentidos.

Olfato

Día soleado, estación Lacroze, pocos asientos ocupados. A poco de estar se percibe, suave, un olor desagradable, que gradualmente va ganando el espacio. En uno de los asientos está sentado un linyera. A partir de ese momento se produce un desfile interminable de pasajeros que, distraídos, se sientan a su lado. Luego de un rato, que puede medirse en segundos, salen como disparados del asiento. En este punto es posible recordar a Simmel, que en su digresión sobre los sentidos hace alusión a los efectos que el olfato tiene sobre las distancias sociales. Sostiene, no sin cierto candor, que muchas de las barreras sociales se anclan en la imposibilidad de vencer barreras olfativas. Y ocurre que la proximidad en los medios públicos de transporte es la ocasión para experimentarlo. Mientras que los otros sentidos “tienden miles de puentes entre los hombres, y pueden compensar las repulsiones por atracciones”, y la mezcla de sus valores sentimentales positivos y negativos “colorea las relaciones totales concretas entre los hombres”, en cambio, dice Simmel, “el sentido del olfato puede llamarse sentido disociador” (1986: 689). Así, a medida que avanza la civilización, los sentidos se atrofian, pero al mismo tiempo se vuelven más sensibles a las distancias cortas. Sin embargo, para Martínez Estrada es la ciudad la que atrofia los sentidos. “Acorta y enturbia la vista, encallece el pie, embrutece el oído. El olfato es atrofiado insensiblemente, como sentido de la intemperie y de los efluvios terrestres. ¿Quién huele la ciudad? Es inodora. Tendrá su olor, pero no lo percibimos nosotros, como lo demuestra el hecho de que tenemos que ponernos a pensar a qué huele” (Martínez Estrada, 1968: 91).

Tacto

El sentido del tacto en la ciudad, para Martínez Estrada, se percibe a partir del contacto de los pies con el suelo. El caminar entonces convierte al pie en el órgano táctil de la ciudad. “No podemos entrar con ella en contacto si no es por los pies; se la palpa caminando y durísima. En verdad, refractaria. Ésa es su piel, de pavimento” (1968: 89). Al pie, según Martínez Estrada, le sigue el resto del cuerpo “como órgano urbano de palpación. Vemos cantidad de personas que en las aglomeraciones y en los lugares concurridos frotan su cuerpo, como inadvertida o inevitablemente. Se diría que tienen el traje sensible como la piel, y la piel eléctrica como los gatos. La mano es utilizada en última instancia, porque en la mano está siempre la responsabilidad. Como que la mano es el más consciente de los aparatos del hombre y el más responsable, según lo demuestran las historias de la civilización y de la moral. (1968: 90). Cuando llegamos justo a la estación para tomar el tren que está por salir y ya no hay asientos libres, viajamos parados, el sentido del tacto se hace evidente en el roce permanente de los cuerpos. Vale aquí señalar que ese roce no es lo mismo para varones que para mujeres, tanto las distancias como el manoseo o la fricción entre los cuerpos forma parte de la experiencia del acoso en el transporte público.1

Vista

El viaje en tren, como la vida urbana en general, nos obliga al cruce de miradas con desconocidos y, en este sentido, habilita o impide la interacción con extraños. Para Simmel, el sentido de la vista desempeña una función sociológica particular. La vista constituye el enlace y la acción recíproca de los individuos que se miran entre sí y probablemente ésta sea la relación mutua y más inmediata que exista. “Y esta relación tan fuerte y sutil, que sólo se verifica por el camino más corto, por la línea recta que va de ojos a ojos. La más mínima desviación, el más ligero apartamiento de la mirada, destruye por completo la peculiaridad del lazo que crea” (1986: 677). Cualquiera que haya viajado en asientos enfrentados durante un viaje en tren puede dar cuenta de eso. Tal vez este hecho se vuelva más crítico cuando enfrente nuestro hay nenes o nenas, que se mueven y utilizan la mirada de un modo más desprejuiciado, menos “socializado”. No siempre buscan nuestra mirada, pero hay cierto mandato social en sonreírles o vincularnos con algún gesto cordial, que se dirige no sólo a ellos sino también al adulto que los acompaña. La mirada mutua implica una predisposición al intercambio, no es posible percibir al otro sin ser percibidos al mismo tiempo. Por eso Simmel señala que la mirada cara a cara constituye la relación de reciprocidad más perfecta que exista dentro del campo de las relaciones humanas. Y es por eso también que cuando bajamos la vista ante un cruce de miradas privamos al otro de la posibilidad de conocernos. Según Simmel, en comparación con la ciudad pequeña, el tráfico de la gran ciudad se basa mucho más en el ver que el oír. “Antes de que en el siglo XIX surgiesen los ómnibus, ferrocarriles y tranvías, los hombres no se hallaban nunca en la situación de estar mirándose mutuamente, minutos y horas, sin hablar. Las comunicaciones modernas hacen que la mayor parte de las relaciones sensibles entabladas entre los hombres queden confiadas, cada vez en mayor escala, exclusivamente al sentido de la visa, y, por tanto, los sentimientos sociológicos generales tienen que basarse en fundamentos muy distintos” (Simmel, 1986: 681). Para Martínez Estrada, en la ciudad, los ojos “anticipan el impacto y repelen los objetos o buscan los senderos expeditos en la maraña de obstáculos móviles”, y agrega: “Marchamos pisando joyas. En un maremágnum de imágenes quebradas, de escorzos y de porciones de belleza virginal” (1968: 84).

Gusto

Martínez Estrada decía sobre el gusto citadino que “comemos bien, sin sibaritismo y sin personalidad, porque el gusto del porteño se ha tornado también mecánico y cosmopolita.” (1968: 94). No es que en el tren se organicen grandes degustaciones, pero es claro que el tiempo valiosísimo del viaje también puede aprovecharse para salir del paso a la hora del almuerzo. Los negocios de la estación de tren, los puestos del andén y los vendedores ambulantes colaboran. En verano, la venta de bebidas frías también ayuda con el calor.

Oído

Para Martínez Estrada, el oído en la ciudad también se atrofia por el volumen de los ruidos a los que se ve expuesta la persona. “Si se tratara de suprimir los ruidos molestos la ciudad entraría en un pozo de silencio, pues en la ciudad todos los ruidos son molestos. Hasta el sonido se deforma y degrada como si perdiera el alma, pues el ruido es el cadáver del sonido.” (1968: 85).
En el tren, cuando se está concentrado leyendo o con la mirada perdida sumergido en los propios pensamientos, algo que nos arranca de ese otro “viaje” son los pregones de los vendedores o de los que piden. Como se ha señalado alguna vez: es imposible “cerrar los oídos”. De ahí que el oído es calificado como un “órgano egoísta”, porque siempre recibe sin dar nada a cambio. El oído no exige la reciprocidad de la mirada. “Paga, sin embargo, ese su egoísmo, con su incapacidad de desviarse o cerrarse, como los ojos; el oído no hace más que recibir, es cierto, pero en cambio está condenado a recoger todo cuanto caiga en sus cercanías” (Simmel, 1986: 683).
Los vendedores de tren “cantan” en lugar describir con lujo de detalles como el vendedor de colectivos que intenta atraer la atención de los pasajeros, convencerlos con las bondades del producto y con todo lo que trae de regalo. En cambio, el vendedor de tren, reparte a quienes viajan, mientras recita en continuado el producto, su virtud y precio. Es lindo comprar cosas en el tren: discos, tijeras, adaptadores de enchufes, bloc de stickers, medias. También se incluyen dentro de los sonidos del viaje en tren los que más recientemente se dedican a la venta de discos grabados, a veces piratas y a veces compilaciones (bailables de los ochenta o setenta, románticos, rock and roll, etc.), los ex Combatientes de Malvinas, los que venden galletitas hechas en centros de rehabilitación. Finalmente, los músicos aprovechan ese auditorio anónimo y cautivo para juntar un poco de plata.


La experiencia del viaje muchas veces ha sido referida como mero transporte. La mirada queda anclada en su aspecto funcional, eficiente. Sin embargo, el viaje pone en juego otros aspectos, los sentidos, son sólo un ejemplo. Es por eso que en la mayoría de los debates actuales se ha reemplazado el término transporte por el de movilidad. El viaje urbano concebido en términos de transporte hizo posible gobernar el movimiento de las poblaciones urbanas, maximizar la elección y asegurar la operatoria económica del entorno urbano. Sin embargo, tal como señala Jennifer Bonham, esta concepción de transporte como movimiento eficiente no tiene en cuenta las motivaciones de las personas y los significados que las personas asocian a sus viajes. Sumar al análisis de los viajes la experiencia de los sentidos puede ayudar a pensar algunas experiencias urbanas de un modo más complejo que el mero traslado de personas sino como una experiencia social más completa.

1 Para un estudio sobre el acoso a pasajeras en medios de transporte público ver Dhan Zunino Singh “Movilidad urbana y género. Genealogía del acoso a pasajeras en el transporte público de Buenos Aires”, Taller Desigualdades persistentes y territorialidades emergentes: Disputas por el espacio urbano, IIGG-FCS-UBA, Buenos Aires, 10-11 de Diciembre 2015

Bibliografía citada

Bonham, Jennifer (2006) “Transport: disciplining the body that travels”, Sociological Review, Vol. 54.

Martínez Estrada, Ezequiel (1968): La cabeza de Goliat, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires.

Simmel, Georg (1986): “Digresión sobre la sociología de los sentidos”, en Sociología. Estudios sobre las formas de socialización, Tomo 2, Alianza, Madrid.

Zunino Singh, Dhan “Movilidad urbana y género. Genealogía del acoso a pasajeras en el transporte público de Buenos Aires”, Taller Desigualdades persistentes y territorialidades emergentes: Disputas por el espacio urbano, IIGG-FCS-UBA, Buenos Aires, 10-11 de Diciembre 2015