Número 14
Economía
Combatiendo el sentido común neoliberal
¿Qué es el neoliberalismo? Los economistas tendemos a caer en la trampa de pensar que el neoliberalismo se limita a un conjunto de políticas económicas orientadas a desregular mercados financieros, de bienes y servicios (nacionales e internacionales) facilitando así el libre movimiento del capital por todo el planeta. Los economistas más críticos ven en estas políticas una intencionalidad explícita de debilitar el poder de la clase trabajadora (flexibilización, precarización, represión salarial), otorgándole al capital un poder casi ilimitado. Para revertir esta situación, bastaría con implementar políticas económicas en sentido contrario, priorizando el mercado interno, la industrialización, la distribución del ingreso, el desarrollo y la soberanía económica.
Si bien el neoliberalismo decididamente incluye un conjunto claramente identificado de políticas económicas, es mucho más que eso y sus efectos se sienten mucho más allá de lo estrictamente económico. El neoliberalismo es “un programa intelectual, un conjunto de ideas acerca de la sociedad, la economía, el derecho y es un programa político, derivado de esas ideas.” En este sentido, el orden neoliberal vino a crear un “mundo del revés” comparado con el que lo antecedía: el egoísmo en lugar del bien común, el individuo en lugar de la sociedad, la represión en lugar de la inclusión social, el mérito en lugar de los derechos y la justicia social, el trabajo precario e inestable en lugar de las paritarias, el convenio colectivo y los sindicatos, el mercado en lugar del Estado, la integración dependiente al orden internacional en lugar de la soberanía y el desarrollo. No fue un eufemismo cuando la dictadura cívico militar denominó su proyecto “proceso de reorganización nacional”. Con violencia, represión y desapariciones, la dictadura produjo profundos cambios en la sociedad, proceso que se profundizó por la vía política y económica con Menem y de la Rúa y, desde 2015, con Macri.
Uno de los sostenes clave de este nuevo orden neoliberal es un conjunto de sentidos comunes neoliberales: postulados de diversa índole que se toman como leyes inmutables y devienen en el “sentido común” popular que garantiza la reproducción de las estructuras de dominación neoliberales. Es aquí donde yace, a nuestro entender, uno de los problemas fundamentales de deshacer el legado neoliberal. Es necesario identificar y entender primero, y luego desarticular el extenso entramado de sentidos comunes que legitiman el orden neoliberal.
A continuación presentamos algunos de estos sentidos comunes vinculados a la economía que se han transformado en “verdades” o saberes “de la calle”, repetidos por doquier sin cuestionamientos y sin comprender cabalmente lo que implican. Entendemos que son sólo una muestra de una lista mucho más diversa y extensa.
El déficit fiscal se debe a que el Estado gasta más de lo que tiene
Este es el eje del análisis del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de la ortodoxia neoliberal, para quienes el déficit fiscal debe ser eliminado. Desarticular este sentido común es clave porque está en la base de muchos otros, como veremos más adelante.
La perspectiva neoliberal: La aseveración sobre el déficit se sustenta en el supuesto de la teoría económica ortodoxa de que el dinero es una mercancía. Según esta teoría, el dinero posee un valor intrínseco por el material del que está hecho y la mano de obra insumida en su producción. Por lo tanto, si el dinero es una mercancía, para poder utilizarla (comprar, por ejemplo) el Estado debe tenerla primero. Refrendando este punto de vista, Macri ha repetido hasta el hartazgo que “no podemos gastar lo que no tenemos”. Para darle verosimilitud a este punto de vista, se equipara al Estado con un hogar—todes sabemos que sólo podemos gastar lo que ingresa (salario, préstamo, alguna renta). Esta es también la perspectiva del FMI: el Estado no puede gastar más de lo que recauda. El orden causal entonces sería: primero se recauda, luego se gasta.
Una perspectiva crítica alternativa: El supuesto de la teoría ortodoxa de que el dinero es una mercancía no se condice con la naturaleza del dinero moderno: todo dinero moderno es dinero fiduciario, una creación del Estado, una convención socio-política. Esta perspectiva tiene más de un siglo y es la que promueven muchas de las teorías críticas contemporáneas. Al ser el dinero moderno una creación del Estado, no tiene valor intrínseco sino que su valor proviene del respaldo de la institución emisora. Ya que el Estado tiene el monopolio de emisión del dinero, nunca puede faltarle, ya que cuando necesita puede emitir. Es más, el orden causal se invierte: para introducir y establecer una moneda en su territorio, el Estado primero debe emitir. El acto de recaudar es siempre posterior a la emisión, con la función de regular la liquidez de la economía. Esta causalidad invertida tiene un corolario fundamental: el déficit debería ser el estado normal de las cuentas públicas. Es más, según esta perspectiva, si la economía está en recesión es porque el déficit fiscal no es lo suficientemente grande.
La emisión (para financiar el déficit fiscal) genera inflación
Este sentido común está muy difundido, generalmente acompañado por el gesto de la manivela, como si el dinero se imprimiera en un mimeógrafo.
La perspectiva neoliberal: Esta aseveración tiene dos vertientes distintas, sustentadas en dos supuestos de la teoría económica ortodoxa. El primer supuesto es que, como describimos más arriba, el dinero es una mercancía. Si el Estado, a través del gasto público financiado deficitariamente, “inyecta” más dinero en la economía de lo que la economía demanda. Como pasaría con una mercancía normal, si aumenta la oferta sin un aumento de la demanda, su valor cae en este caso resultando en inflación. El segundo supuesto es que la economía funciona (o tiende a funcionar) con pleno empleo de sus recursos productivos (capital y trabajo). En este escenario, el aumento de la demanda generado por el gasto público (financiado con emisión) resulta en un aumento de precios porque la economía no puede aumentar la oferta (producir más) en el corto plazo. Basado en estos supuestos, el economista Milton Friedman, padre del monetarismo moderno, afirmó que la inflación es en todo tiempo y lugar un fenómeno exclusivamente monetario. Esto mismo afirma la mayoría de los economistas ortodoxos hoy, incluyendo funcionarios clave del gobierno de Cambiemos.
Una perspectiva crítica alternativa: Como vimos más arriba, el supuesto de que el dinero es mercancía no se condice con la realidad del dinero fiduciario moderno. Su valor no depende de la oferta y la demanda, sino de lo que le asigne el ente emisor. En segundo lugar, según la evidencia empírica la plena utilización de los recursos productivos es una excepción y está lejos de ser la norma para las economías capitalistas, mucho menos las economías periféricas como la argentina. Por lo tanto, como ambos supuestos ortodoxos están errados, se cae la explicación ortodoxa de la inlfación. La inflación es normalmente un fenómeno multicausal que puede resultar de movimientos del tipo de cambio, puja distributiva, aumentos de costos (por ejemplo servicios públicos), etc. Como ejemplo empírico, el último año de Cambiemos se produjo una fuerte contracción monetaria y reducción del gasto público; sin embargo, la inflación se duplicó. Claramente la inflación no tiene nada que ver con la emisión ni con la cantidad de dinero en circulación.
El déficit fiscal es el principal causante de la deuda externa
Los funcionarios de Cambiemos, incluyendo el presidente, han repetido hasta el cansancio que se vieron obligados a endeudar al país a causa del déficit fiscal (o sea, se gastaba más de lo que se tenía, según la explicación oficial).
La perspectiva neoliberal: La justificación de esta aseveración remite a la concepción de que el dinero es una mercancía, cuya posesión es requisito para poder utilizarlo. Según esta concepción, como hay déficit, significa que “falta”dinero”, por lo que es necesario endeudarse para poder “conseguir” los fondos necesarios para cubrir el déficit fiscal hasta tanto éste se elimine.
Una perspectiva crítica alternativa: Con la excepción del servicio de la deuda contraída en moneda extranjera y algún proyecto de inversión, el gasto público es en moneda nacional (pesos en el caso argentino). Por lo tanto, endeudarse en moneda extranjera para cubrir gastos en moneda nacional carece de todo sentido. Dicho de otra forma: para el Estado, los gastos en pesos no se financian con dólares, se financian con pesos. Como el dinero moderno no es una mercancía y el Estado es el único que tiene la capacidad de emitir pesos pudiendo emitir cuantos necesite para su funcionamiento y el funcionamiento de la economía, no necesita endeudarse en dólares para gastar en pesos. En todo caso, es necesario endeudarse en dólares cuando las obligaciones externas (servicio de la deuda, importaciones, turismo, fuga de capitales) exceden los dólares que ingresan al país (exportaciones, remesas, turismo receptivo, etc.), pero no para cubrir gastos corrientes en pesos.
Esta aseveración, no tan difundida como las anteriores, es un vestigio de la convertibilidad que aún perdura.
Las reservas internacionales del Banco Central sirven para respaldar al peso
La perspectiva neoliberal: Esta aseveración es un resabio de la época del patrón oro (siglo XIX), en el cual el dinero papel tenía respaldo en algún metal precioso. Este sistema monetario, sin embargo, llegó a su fin con la Primera Guerra Mundial. Más cerca en el tiempo, durante la década de 1990 en Argentina rigió el régimen de convertibilidad (conocido popularmente como el “1 a 1”), que fijaba por ley la paridad entre el peso y el dólar a un tipo de cambio fijo, obligando al Banco Central a mantener reservas internacionales equivalentes a la cantidad de pesos en circulación para garantizar la convertibilidad del peso. Este arreglo monetario era una aproximación a tener un dinero mercancía, salvo que su respaldo no era un metal precioso sino que era una moneda “dura” (el dólar). Aún hoy hay quienes proponen “dolarizar”la economía: adoptar una moneda mercancía para “disciplinar” al Estado.
Una perspectiva crítica alternativa: Hay dos cuestiones vinculadas para aclarar aquí: por un lado, la función de las reservas y por el otro la adopción de una moneda “dura” (dolarizar) como moneda nacional. El valor del dinero fiduciario, tal como explicamos más arriba, lo otorga la entidad emisora, en este caso el Estado—no depende de ningún respaldo de mercancías o metales preciosos. Por lo tanto, la función de las reservas, no tiene nada que ver con respaldar a la moneda nacional (salvo en el caso de la convertibilidad o de un patrón oro). Normalmente, las reservas internacionales sirven para cubrir las obligaciones externas de un país: déficit comercial si lo hubiese, servicio de la deuda, remesas de utilidades de las corporaciones y demanda de divisa de la población para turismo entre otros. Durante la era Cambiemos, la fuga de capitales ha insumido una cantidad considerable de reservas. La segunda cuestión, la propuesta de dolarizar, en nuestro país normalmente proviene de sectores ultraortodoxos que creen que el dinero es (o debería ser) mercancía y que el déficit fiscal es la raíz de todos los males macroeconómicos. Al adoptar una moneda dura y eliminar la moneda nacional, se obliga al estado a mantener un presupuesto equilibrado ya que no puede emitir la moneda de otro país. La propuesta de dolarizar claramente no entiende los beneficios de tener soberanía monetaria: el manejo de la política monetaria, especialmente en períodos de crisis y recesión, es clave para poner a la economía en funcionamiento.
Claramente, este es un subconjunto pequeñísimo del universo de sentidos comunes neoliberales. Podríamos expandir esta muestra para incluir la perspectiva neolbieral sobre el Estado, las empresas estatales, los servicios públicos, los sindicatos, la regulación laboral, la regulación financiera, el mérito y el esfuerzo individual, la corrupción, entre muchos otros. Deshacer el desastre social y económico resultante de décadas de neoliberalismo implicará, ciertamente, votar gobiernos que implementen políticas económicas heterodoxas, orientadas a expandir derechos, afianzar la soberanía política, económica y monetaria y que piense en el desarrollo de largo plazo. Pero también implica comenzar a deshacer el complicado y extenso entramado de sentidos comunes neoliberales que inflyen profundamente sobre nuestra vida social, política y económica. Si no encaramos esta batalla cultural, estaremos condenados a las oscilaciones pendulares entre modelos neoliberales y populares redistributivos que han caracterizado la historia argentina del siglo XX y lo que va del XXI.