La bimodalidad en construcción

Docencia y nueva normalidad

Escrita por

Gabriela Wyczykier es Investigadora y Docente del Area de Sociología - UNGS. Docente de la materia Sociología Contemporánea

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En noviembre del 2021, desde la Secretaría Académica de la Universidad de la Ungs, informaron que un porcentaje de las asignaturas dictadas podía virtualizarse. Así, invitaban a preparar el regreso a la presencialidad con una opción que sonaba novedosa: al formato lo denominaron Bimodal. Resultó sorprendente que el sistema universitario reformulará tan rápidamente su esquema normativo. Pero en realidad, esta posibilidad ya existía con anterioridad a la pandemia del COVID 19, conforme a una resolución del Ministerio de Educación y Deportes. Más allá de que la mayoría lo desconociera. Las clases eran presenciales y, en todo caso, la educación a distancia, o las herramientas para ello, estaban destinadas a propuestas formativas que se habían encarado inicialmente con este enfoque.

La virtualidad forzada a la que fueron empujados los docentes y estudiantes (o más bien toda la sociedad), nos mostró algunos dispositivos interesantes que bien podrían acompañar y nutrir el regreso a la nueva normalidad. Además, los esfuerzos creativos y producciones audiovisuales o escritas serían aprovechadas otra vez. Junto con ello, y sin conocer plenamente los movimientos futuros del virus, descomprimir los espacios cerrados no parecía una oferta desdeñable. La incertidumbre podía ser abordada con ciertos instrumentos que en la enseñanza superior estaban disponibles para su utilización.

Las condiciones sin embargo eran bien precisas: la bimodalidad no admitía clases virtuales sincrónicas. Al contrario, la experiencia suponía la articulación de clases presenciales, con interacción cara a cara, y un formato de actividades asincrónicas, que podía incluir videos didácticos, guías de preguntas, trabajos prácticos, foros, etc. Un dato no menor es que no más del 30% de la carga horaria de la materia podía ser asincrónica.

La vuelta de tuerca que el destino ofrecía como alternativa para pasar de la presencialidad plena a la virtualidad absoluta era combinar ambas experiencias. Los anuncios institucionales sucedieron tan rápido y fueron tan poco claras las condiciones de trabajo de la bimodales que, con sólo 15 días para presentar propuestas con esa conformación, la situación fue abrumadora. Si la materia se dicta en comisiones de 4 horas, se pueden dar 3 semanas presenciales y 1 asincrónica. Si la materia es de 6 horas se puede dictar 4 presenciales y 2 asincrónicas, si tiene 8 ya es imposible seguir cuentas. Mientras la primavera invitaba a soñar con un mundo sin barbijos al compás del descenso de casos, y la vacunación daba esperanzas de haber alejado la fatalidad o los efectos dañinos del virus sobre los cuerpos, un horizonte aún inexplorado se presentaba para programar el trabajo docente.

Algunos y algunas valientes con experiencia en educación a distancia dictando cursos similares, o con energía mental para encarar este reto, se embarcaron en la aventura. Pero otros y otras decidimos esperar el comienzo del 2022, reencontrarnos con las aulas y los estudiantes para luego reflexionar y considerar si la opción era viable para nuestras materias. Las carreras en la UNGS – y en muchas otras casas de estudio- no fueron ideadas, pensadas, debatidas y probadas en el formato educación a distancia.  Al contrario, la cursada en cuerpo y alma en el aula era alentada, y eran sancionados quienes no cumplían con el 75% de asistencia.

Al fin y al cabo, la pandemia demostró que el cálculo racional está plagado de imponderables y situaciones que no se pueden prever, la capacidad de acomodarse a infinidad de novedades puede traer consigo resultados virtuosos. Estudiantes y docentes, entonces, fueron invitados a probar el nuevo esquema de bimodalidad disponible.

Durante la pandemia, y a lo largo de estos meses, la universidad ofreció algunos cursos e instancias de intercambio y formación, no obligatorios, para conocer y profundizar en técnicas y prácticas pedagógicas que ayudarían primero en el esquema de clases virtuales, y últimamente en el esquema de la bimodalidad. Pero una pregunta clave debería iniciar toda intención de ofrecer las asignaturas en un nuevo formato: ¿qué ventajas formativas, por sobre el dictado plenamente presencial, ofrecería la combinación presencialidad/ asincronía?

Esto es, que tipo de materia dictamos, en que momento del trayecto universitario se ofrece (si es al inicio, al promediar las carreras, o cerca de su finalización), cuánta carga horaria exige, etc. Estas pueden ser solo algunas. Las respuestas no son unívocas, por supuesto. Cuando los y las  estudiantes inician  sus pasos en las instituciones de educación superior, y comienzan a consolidar en términos de Bourdieu un “hábitus” de estudiantes universitarios, circular por los pasillas, intercambiar y conocer otros y otras  con quienes se cursan las materias, organizar grupos de estudio, tomar un café y comer un sandwich, una manzana o un alfajor, intercambiar experiencias, en fin, habitar presencialmente las instituciones y tratar con los y las  docentes y trabajadores de la universidad,  resulta enriquecedor.  La bimodalidad no obtura estas experiencias, pero acota los tiempos en los que ocurre. Por eso, no es un aspecto menor considerar la cantidad de horas que deben cursar cada asignatura: ¿Un día por semana?  ¿Son dos?

Otra inquietud: ¿Que estimularía en términos cognitivos y de reflexión las actividades asincrónicas? Ofrecer dispositivos, herramientas de estudio y análisis que no necesariamente se limiten a los habituales, o a la explicación y el quehacer pedagógico en las aulas, puede resultar motivador. En el presente, y con las tecnologías y circulación de información, tenemos instrumentos que se encuentran disponibles para lograr acercamientos y profundización de temas, problemas, ejercicios, para afianzar los conocimientos que se intercambian en las instancias presenciales. El acceso asincrónico a estos elementos permite realizar tareas con autonomía corporal, esto es, disponiendo los tiempos que consideren apropiados, o posibles, para ello. Nuestros y nuestras estudiantes no afrontan full time este rol, por el contrario, se distribuyen sus tareas entre los cuidados, el trabajo, el estudio, los afectos, y otras tantas pasiones y obligaciones. Sin embargo, la queja recurrente es la misma: les estudiantes no leen y no hacen las actividades pedidas. Dicho esto, sin dejar de exigir y aspirar a una calidad de enseñanza acorde con un nivel universitario, bien se podría recapitular sobre las estrategias de dictado y evaluación. Disponer de otros tiempos y estrategias para esos fines  tal vez resulte provechoso.  

El desafío para quienes tienen que diseñar estas actividades no es menor: lograr que les estudiantes incorporen la obligación de realizar las mismas como parte de las horas de cursada de las materias. Si tienen que concurrir a la universidad a trabajar, el horario de inicio y finalización debe ser tangible y preciso. Si la actividad requiere autonomía y autogestión en la disposición del tiempo, será indispensable que logren internalizar otro modo de hacer y de ser.

Para ello, les docentes deberían considerar que las actividades no les recarguen con tiempos que excedan ese 30% que la asincronía demanda, pero a su vez, que el compromiso en el desarrollo de la labor se concrete.

Por otra parte, y del lado de la tarea docente, la efectividad en el despliegue de la actividad ofrecida de modo asincrónico no debería recaer en una cantidad de tiempo de corrección o trabajo adicional al llevado adelante en la experiencia de presencialidad. Pero tampoco, que la bimodalidad y la actividad asincrónica que no requiere estar en el aula, exima del tiempo que hay que destinarle a las tareas de docencia. Por tanto, no puede resultar una excusa amparada institucionalmente para trasladarse menos veces a la universidad y relegar el compromiso con les estudiantes, pero tampoco una alternativa que sobrecargue de tareas de corrección, armado de dispositivos, o una demanda adicional a les estudiantes de horas a dedicar a cada asignatura. La búsqueda de ese equilibrio deberá ser parte de nuevas experiencias por transitar, y de procesos de evaluación y autoevaluación constante.

El acompañamiento será muy bien recibido. La interacción frecuente entre docentes y estudiantes, y con el personal y autoridades de la universidad para distinguir ventajas, desventajas, aciertos y complicaciones de la bimodalidad es necesario. Contar con los medios tecnológicos para encararla es indispensable: aulas virtuales amigables y con variedad de recursos para utilizar, es un aspecto prioritario.

Una vez más y abusando de la reiteración: el tipo de asignatura, el momento de las carreras en la cual se dicta, la cantidad de horas de cursada, los consensos al interior de los equipos docentes y el interés por aplicar una modalidad de articulación de mecanismos, herramientas e instrumentos pedagógicos diferentes a los conocidos y frecuentados podrá primar en la elección del nuevo (aunque no tanto) esquema de educación presencial mixturado con distancia.

No es menor el desafío creativo que puede inspirar, ahora sí de forma  electiva, esta nueva normalidad.