Hannah Arendt y la revolución

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Julia Smola es Es Investigadora-Docente (D2) del IDH, y enseña Teoría Política en la carrera de Estudios Políticos y Taller de Ciencias en el CAU. Doctora en Ciencia Política especialidad Filosofía Política por la Universidad de Paris 7 –Denis Diderot

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Pensar la revolución desde un punto de vista arendtiano, en el contexto del centenario de la revolución rusa implica ciertos desafíos. En primer lugar, porque resulta extraño invocar una reflexión crítica de la revolución cuando estamos acostumbrados a pensar en los aniversarios como fechas celebratorias. Como académica e intelectual que pensó y enseñó durante la Segunda Guerra Mundial y luego durante la guerra fría en Estados Unidos, Arendt es invocada casi dogmáticamente como feroz detractora del marxismo y de la revolución rusa. En aquel mundo bipolar, sus primeras lecturas fueron hechas desde el liberalismo y su visión sobre la revolución, estigmatizada por esta misma causa. Sin embargo, nada más lejos de la actitud intelectual de Arendt que apoyar a una de estas dos grandes potencias que se dividían al mundo, invocando el nombre de la igualdad o de la libertad para ejercer su dominio.

Aunque Arendt comprendió al Stalinismo como una forma de Totalitarismo, pudo pensar la experiencia de la revolución rusa – como suele decir Etienne Tassin – más allá de su éxito o su fracaso. De esta forma, Arendt nos permite recordar esta revolución, no simplemente en su devenir histórico, sus logros y frustraciones, sino también las batallas que quedaron olvidadas bajo su éxito. En efecto, aquello que retendrá la atención de Arendt y merecerá su valoración y elogio, sus héroes y pensadores olvidados – como Rosa Luxemburgo – y las experiencias políticas que ambas consideraron como verdaderamente revolucionarias: la organización popular en los soviets.

Arendt, como Catón, ama la causa de los vencidos, en este caso, de las revoluciones vencidas. Justamente, lo que Arendt nota estudiando las revoluciones modernas, es que tanto los actores como los intérpretes se concentran en un aspecto de la revolución, esto es, la liberación de la dominación. Este es el momento más épico de las revoluciones, y también el que más rasgos comparte con las tradicionales revueltas. Es allí, donde la causa de la libertad irrumpe y se abre paso frente a la dominación, el momento de la resistencia y del heroísmo, tradicionalmente concebido. Sin embargo, este aspecto no cubre todo el fenómeno. Su novedad, de hecho, aquello que la hace el acontecimiento fundacional moderno y también la forma paradigmática que asume la acción política en la modernidad es el segundo aspecto, esto es – para Arendt – la fundación de la libertad. Este aspecto es el más complejo e interesante de las revoluciones modernas, y es, juntamente, lo que las hace revoluciones. La fundación de la libertad es la forma en que estas revueltas liberadoras transforman su energía en cuerpos políticos nuevos, en nuevas formas de organización del poder, y tienen como objetivo, no ya la resistencia o la liberación, sino la preservación del espacio de la libertad.

Este fenómeno, que tanto actores como intérpretes han olvidado, es la auto-organización del pueblo en asambleas, consejos, town meetings, soviets, y diversidad de otras formas que, dice Arendt, están presentes en todas las revoluciones (aún las que no son consideradas por la historiografía como tales), desde la Americana y la Francesa – con la experiencia de la Comuna de París –, pasando por la primera organización en soviets en 1905 y por la experiencia de los räte en 1918 y 1919 en Alemania, hasta 1956 en la brevísima revolución húngara que dio nacimiento al sistema de consejos en Budapest. Llama la atención a Arendt que este tipo de auto-organización popular se suceda en cada una de las revoluciones. Las características que resalta son la espontaneidad de su nacimiento y constitución; que las mismas fueron órganos de orden pero también de acción; y que libraron luchas de resistencia con los órganos e instituciones de la propia revolución, tanto contra el partido revolucionario como contra lo que Arendt llama, sin duda despectivamente, los “revolucionarios profesionales”.

Estos cuerpos políticos de organización por y para la libertad recibieron poca o nula atención de teóricos e historiadores, se repitieron históricamente sin que una tradición los ligue, como parte de la inteligencia de la acción popular. Fueron, dice Arendt, perseguidos por los propios revolucionarios y desmerecidos por la historia, considerados como “ensoñaciones romáticas” y utópicas que “escapaban a la realidad profunda de la vida”. Frente al peso de este “realismo” y al peso del Estado Nación y del sistema político cayeron estos sueños populares.

Frente a este innegable fracaso, Arendt recuerda la importancia de la acción que se organiza, y esto es lo que una visión desde su perspectiva nos permite celebrar de las revoluciones. Si Arendt tenía razón, no es por medio de grandes gestas y sangrientas revueltas que se llega a la libertad. No es, necesariamente, la toma del poder, sino la construcción del poder, de abajo hacia arriba lo que más fielmente representa la causa revolucionaria de la libertad. En la calle, en las asambleas, en las manifestaciones, estamos manteniendo vivo el espíritu de la revolución, puesto que nuestra causa es, casi siempre, la vencida, pero también la que nunca podrá olvidarse: la causa de la libertad.

Bibliografía sugerida:

Arendt, H., Sobre la revolución, Buenos Aires: Alianza, 1992
Arendt, H. Reflexiones sobre la revolución húngara, en Karl Marx y la tradición del pensamiento político occidental, Madrid: Ed. Encuentro, 2017
Arendt, H. “Rosa Luxemburgo”, en Hombre en tiempos de oscuridad, Madrid: Gedisa, 2009 (2º ed)
Tassin, E., “El pueblo no quiere” en Revista Al Margen, No. 21-22, 2007, pp. 106119